TRANSICIONES ENERGÉTICAS

La urgencia de combatir la pobreza energética: cómo el G20 y Brasil pueden contribuir al acceso universal a la energía

Pensar en formas de combatir el hambre y la pobreza también implica reflexionar sobre el acceso universal a la energía. En un artículo exclusivo para el sitio web del G20 Brasil, André Leão, investigador del Instituto de Estudios Estratégicos del Petróleo, Gas Natural y Biocombustibles (Ineep, por sus siglas en portugués), profundiza en el concepto de pobreza energética, señalando cómo las inversiones para superar el problema pueden ayudar a combatir el hambre y la pobreza, una prioridad de la presidencia brasileña del G20. En el texto, Leão, quien también tiene un doctorado en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (IESP-UERJ), recuerda que el tema es una de las prioridades del Grupo de Trabajo de Transiciones Energéticas del G20, que celebra su próxima reunión ministerial entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre.

23/09/2024 7:00 - Modificado hace un año
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La creación de la Alianza Global para Combatir el Hambre y la Pobreza en la Cumbre del G20, lanzada durante la reunión ministerial del grupo en Río de Janeiro en julio, da un nuevo impulso a Brasil para convertirse una vez más en un protagonista mundial en la lucha contra el hambre y la pobreza, una agenda presentada a nivel mundial por el presidente Lula en su primer mandato en 2003. Sin embargo, es necesario reflexionar sobre las diversas facetas de la pobreza, por ejemplo, el tema de la energía y los impactos que tiene sobre ella. De esta manera, se logra el concepto de pobreza energética.

En Brasil, se debate poco aún sobre este concepto, y el G20 aparece como un espacio para elucidarlo para ayudar a comprender cómo la ausencia de recursos energéticos en ciertas regiones es un obstáculo para el acceso de las personas a servicios modernos y para superar la pobreza. En este sentido, en el ámbito del Grupo de Trabajo de Transiciones Energéticas —y con el apoyo de experiencias pasadas de políticas públicas, como el programa Luz para Todos—, el gobierno brasileño incluyó la pobreza energética como un tópico prioritario que vincula el tema social con la transición energética.

Según los datos más recientes (2022) de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), aproximadamente 2,3 mil millones de personas en el mundo no tienen acceso a fuentes de energía limpia, en su mayoría utilizando leña, queroseno y carbón para cocinar. En términos porcentuales, equivale a decir que el 71,3 % de la población mundial tiene acceso a una cocina limpia, mientras que el 28,7 %, no.

Pensar en formas de combatir el hambre y la pobreza también implica reflexionar sobre el acceso universal a la energía. La necesidad de confort térmico, refrigeración de alimentos, iluminación y calentamiento de agua son los principales desafíos financieros para las familias de bajos ingresos con infraestructura deficiente. La salida para muchas de estas familias cuando se enfrentan a tales gastos es usar fuentes de energía «sucias», por ejemplo, para cocinar.

Gráfico: Porcentaje de la población con acceso a cocina limpia por región (2022). Fuente: Elaboración propia, a partir de datos de la IEA (2022)
Gráfico: Porcentaje de la población con acceso a cocina limpia por región (2022). Fuente: Elaboración propia, a partir de datos de la IEA (2022)

El acceso a tecnologías que garanticen una cocina limpia depende de la formulación de políticas públicas y de inversión eficaces y de la financiación pública y privada. Teniendo en cuenta que las regiones más pobres de Asia y África son aquellas donde las poblaciones sufren más por la falta de acceso a una cocina limpia, las acciones de cooperación Sur-Sur son fundamentales para transferir/difundir políticas públicas exitosas. En este sentido, resulta interesante la propuesta brasileña de crear una coalición global para apoyar a los países cuyas capacidades estatales para hacer planificación energética son bajas. Ayudar en el desarrollo de políticas de transición energética a largo plazo en países cuyas matrices aún están altamente concentradas en las energías fósiles debería ser un camino a seguir para contribuir al objetivo de reducir las emisiones globales de carbono.

Según los datos más recientes (2022) de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), aproximadamente 2,3 mil millones de personas en el mundo no tienen acceso a fuentes de energía limpia, en su mayoría utilizando leña, queroseno y carbón para cocinar. En términos porcentuales, equivale a decir que el 71,3 % de la población mundial tiene acceso a una cocina limpia, mientras que el 28,7 %, no. Al mirar los datos por regiones, la desigualdad es sorprendente. África Subsahariana tiene el menor porcentaje de acceso: solo el 18,5 % de la población. Luego, la región de Asia-Pacífico con un 72,2 % ligeramente por encima del promedio mundial. A excepción de estas dos regiones, todas las demás presentan porcentajes de alrededor del 90 % o más, como se puede ver en el siguiente gráfico.

Para empezar a revertir este escenario desigual y alcanzar el objetivo de reducir a cero las emisiones de carbono para 2050, las previsiones de la IEA indican que aproximadamente 300 millones de personas necesitan acceder a tecnologías limpias de cocción cada año, como el gas licuado de petróleo (GLP), estufas alimentadas por biomasa (especialmente en áreas rurales), biogás, etanol y electricidad. Sin embargo, la expansión del uso de tales fuentes de energía depende de un aumento masivo de las inversiones, que deberían alcanzar los 8 mil millones de dólares por año para 2030. 

Estas cifras demuestran la urgencia de combatir la pobreza energética en el mundo. El concepto debe ser ampliamente debatido por actores políticos, como gobiernos, parlamentarios, partidos y sindicatos, además de la sociedad civil y el sector privado, con el objetivo de abordar dos cuestiones fundamentales: la formulación de políticas públicas sólidas que contribuyan al desarrollo de nuevas tecnologías energéticas que ayuden a aliviar el presupuesto de las familias; y la búsqueda de medios de financiamiento, tanto del sector público como de la iniciativa privada, que sostengan a largo plazo la continua reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. En este contexto, el G20 se presenta como un organismo embrionario que puede servir de impulso para un esfuerzo conjunto para combatir la pobreza energética.

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